jueves, 29 de julio de 2010

En busca de días mejores.

Hace unos días, como todos en el país, me enteré de los grupos de sicarios que salín de la cárcel 2 en Gómez Palacios, Durango. Los sicarios partían en dirección a Torreón Coahuila, cuidad vecina en la que cometían asesinatos prácticamente de manera aleatoria. Los criminales, como todos sabrán, contaban con el apoyo de los elementos de seguridad de la prisión; no solamente proporcionaban armas, sino que también brindaban protección, dentro y fuera de la cárcel.

Lo más grave de este suceso que ha escandalizado al país, no es el hecho como tal, sino lo que subyace. Recordemos cómo se dieron a conocer estos hechos. Alarmantemente, no fueron las fuerzas de la autoridad pública quienes denunciaron estos hechos, fueron el cartel de Los Zetas, otra organización criminal que no buscaba un bien común, sino pretende únicamente desbancar a la competencia. Por el contrario, la autoridad se vio inmiscuida en estos penosos actos.

El narco llegó a atrapar al mismo narco. Esto me lleva a una idea que no es nada novedosa pero sí trágica: el Estado ha sido superado en cada aspecto. Ni si quiera puede lograr ejecutar sus más básica prerrogativa: monopolizar el uso de la fuerza legítima para garantizar la seguridad de sus habitantes y ser garante efectivo de un marco legal. Ante la incapacidad del Estado de ejecutar las más básicas de sus tareas, ha provocado que otras entidades tomen el vacío que ha dejado. Este fenómeno no es nuevo, se ha visto en otras ocasiones que el narco ha construido hospitales o escuelas, pero nada al grado que en esta ocasión hemos visto.

Para mal de nuestro país, el único ente con la suficiente infraestructura y capacidad de gobernar, es el narcotráfico; y es que el narco no pretende gobernar, pero aprovecha la incapacidad estatal de abarcar otras esferas en las cuales jamás pensó desenvolverse. El Estado ya no gobierna, ahora es el narco; el gobierno funge ahora como cara frontal operante de los intereses del narcotráfico. Todas las demás esferas de poder se aglomeran en torno al narcotráfico ayudándolo a afianzarse.

Lo anterior nos lleva a la segunda idea en la que hay que reflexionar y es en la condición de agente socializador de la violencia y el crimen. Básicamente, sí se pretende crecer en este ambiente se tiene que desarrollar bajo la estructura del narcotráfico, volviendo al narcotráfico un aglutinante de la vida social en el norte del país. Esto no es más que la exacerbación de la corrupción y de la violencia; la violencia se ha conformado como elemento social de la vida cotidiana. Es decir, somos testigos de la normalización del crimen; este último ya dejó de ser de una anomalía a una característica imperante de la vida social en nuestro país.

Debemos considerar que una generación completa ha vivido siempre bajo la sombra de la violencia, no se concibe otro ambiente bajo el cual se pueda vivir. A tal grado llega la normalización de este terrible fenómeno, que la generación mencionada, han constituido al crimen y a la violencia, como elementos conformadores de su identidad. Ahora, los niños sueñan con ser narcos y no policías.

La función que otros agentes socializadores como la afiliación política, la religión o inclusive el arraigo a lugar de nacimiento; ha sido tomada por el crimen organizado.

La estructura del narco tráfico cumple con todos los requisitos de un agente socializador: reproduce una ideología, cuenta con valores específicos, existen mitos, códigos para la comunicación y brinda un sentimiento de pertenencia en lugares desolados donde la única alternativa que tienen los individuo es ser víctimas o victimarios.

Los mayores son quienes recuerdan con añoranza mejores días, en los cuales se podía vivir tranquilamente sin tener miedo a balas perdidas o sonidos de guerra en su vecindario. Y es que los más grandes son quienes deciden aguantar la guerra fallida nacional. Han pasado todas sus vidas en Tamaulipas, Nuevo León, Chihuahua y otros estados norteños. El paisaje del norte del país ha sido testigo de todas sus lágrimas y risas; y es que después de tantos años, no tiene caso alguno abandonar su tierra querida y escapar a lugares ajenos.

Y es que el éxodo desesperado que se ha dado en los últimos meses, en los que mexicanos abandonan sus vidas enteras por tierras prometidas al norte de la frontera; tiene sentido si se tiene algo porque luchar, algo vivo que mantener. Son las familias quienes pretenden proteger a sus miembros los que abandonan sus lugares de origen; mismos que se vuelven pueblos fantasmas que lo único que albergan son los ecos de las de las balas y el llanto de las madres.

Los mayores no tratan de huir, ya que alguien escapa porque tiene la esperanza en días mejores; los mayores ya la han perdido, saben que sus días mejores ya han pasado y con la nostalgia de algún lejano recuerdo enclavado en lo que son ahora pueblos fantasmas; con esa misma nostalgia, deciden aferrarse a los lugares que conocen. Donde pueden regresar a esos días mejores que tanto nos hacen falta.

viernes, 16 de julio de 2010

Al Norte de la Ciudad

Por mi casa deambulan una serie de personajes bastante surrealistas. La Muñeca, el Maromas y el Auxilio Vial son algunos de ellos...

La Muñeca es una mujer de edad avanzada que recorre las calles en un vestido de boda, que al paso del tiempo se ha vuelto marrón. Sólo la he visto pasar o sentada en una banca, comiendo cualquier cosa que le regalan los dueños de los locales de comida que hay alrededor. Dicen que va preguntando por su hija. Nunca me ha hablado, pero si la he visto con una muñeca en los brazos.

El Maromas es un vagabundo que parece tener la edad del vecindario. Buscando siempre algo que comer en la podredumbre. Arrastrándose. Si se le grita "maroma, maroma" el vagabundo se aventará al suelo y hará una pirueta. Siempre arrastrando sus zarapes y basura.

El hombre del Auxilio Vial, se viste de manera estrafalaria, parece una fotografía ambulante de los años 70's. Se rumora que es zoofílico. Conduce un vocho muy viejo. Siempre en la ventana del auto lleva un letrero que dice "Auxilio Vial" Si te ve con algún desperfecto automotriz, te obligará a ser ayudado, aunque no tenga ni idea de mecánica o si quiera, un poco de sentido común

Finalmente.les comentare sobre una señora que vive en su automóvil. La leyenda por estos lados, dice que por miedo a los terremotos. Según se dice, su casa se derrumbo en el 85. Ella quedó marcada de por vida. Siempre estacionada a una calle de la mía. El auto al tope. Ahora que lo pienso, ya no la he visto. Se habrá mudado, supongo y espero...

Luego seguiré hablando de los personajes, las historias y leyendas que han quedado cicatrizadas en el asfalto y tabique. Para muchos de ustedes serán cosas de rarezas y mitos, en lugares de fantasía; pero no....todo eso pasa al Norte de la Ciudad.

lunes, 12 de julio de 2010

Seremos aire

Todos hemos querido ser aire
Muchos lo hemos soñado
Pocos habremos de intentarlo

Quiero ser aire....

domingo, 11 de julio de 2010

Así se me van los días

Yo soy ratontero, carroñero y rinconero. Me escondo donde pueda y donde quepa. Prefiero evitar la luz del sol, con la cruda, molesta a los ojos. Tomo alcohol barato y me acuesto con mujeres caras. Prefiero al malviviente que al respetable ejecutivo. Mis cigarros huelen a rancio, duermo en una paca de nada y sueño en tener siempre algo con que escribir.

Soy tramposo y marrullero. Soy güevon, vicioso y vago. Jamás quise llegar a ser alto funcionario y trabajo de lo que salga. Me revuelco cuando debería presumir, pero estar en las alturas me marea; prefiero aquí abajo, pegadito del suelo y amarro a las piedras; aquí platico con mis amigos rastreros y poco levantados.

Voy para profesor porque es el último lugar para un vago sin oficio ni beneficio. Me duermo en la mañana y despierto al anochecer, y sí por mí fuera, sólo levantaría el vaso para beber.

Soy clasemediero abnegado, ni del barrio ni de la mansión; por eso me siento cómodo en los medios, en el justo medio, como por ahí dijeran. Soy lo que soy y chingo a mi madre si no…

Lo mismo voy pie, en nave que en metro. Queriendo ser hipster pero vivir sin pedos de baro. Puritita hipocrecia clasemediera. Pero eso sí, el bluf y la pretensión me dan güeva. A los intelectuales de banqueta condechis mé los trago con una chela, mientras que a las linditas, como bautizó alguna vez una bruja; prefiero cenármelas. No soy de gustos esplendidos ni selectos. Piso parejo.

Eso sí, me cuido que no me vean en lugares de alcurnia ni muy finos, luego la gente anda diciendo que uno es decente, productivo y joven ejecutivito. Tanto me ha costado mi reputación de malviviente. Además, soy muy gañan para los lugares finos.
Me da güeva todo menos lo que me gusta y si por mi fuera no trabajaría, y cómo mis palabras no venden, de algún lugar hay que sacar para el alcohol barato, los cigarros rancios y las mujeres que te venden te quieros.

Y cual humo de cigarros en una cantina obscura, de aire viciado, estando en el centro de la ciudad….así se me van los días.

jueves, 17 de junio de 2010

¿Si de verdad no es para mí?

…¿Si de verdad no es para mí?

Si su ausencia, su lejanía y tristeza son señales que me indican que no está en mi destino,
Lo que sea que signifique ese ente raro llamado destino.
Pueda ser que deba comprender que no el Azar me quiere decir algo,
Al fin y al cabo es la única justica universal.

Puede que la ausencia sea el significado de nuestra relación.
Tal vez y sólo tal vez, pueda ser que esta vez haya comprendido bien.
Creo que existe la posibilidad que la dirección de todo esto era la soledad.

Si pudiera hacer alguna pregunta a cualquier dios, vivo o muerto;
Sería que me explicara el significado de todo esto.
Puede ser que esto haya sido para prender la mecha del motor de la conciencia
No lo sé y al parecer no sabré nada.

Yo solo sé, que no podré descansar hasta que dilucide algo de esto
No tiene fin, no tiene sentido y tiene un sabor dudoso.
He tomado decisiones de las que no me arrepiento,
Pero ahora estoy perdido.
No encuentro el camino.
Y ninguna luz de ningún saber me puede ayudar.

Mi vieja amiga en forma de sombra me acompaña
Y me da la bienvenida de nuevo.
Con su tierno beso, me dice que me ha extrañado
Creo que por fin me he dado cuenta,
Después de haberme dado una vuelta por la luz,
Que mi lugar favorito y que me corresponde
Es la sombra de la soledad

La única luz que penetra que en la obscuridad
Es la de la ventana en forma de libro que deja entrever
Algunos mundos extraños y distantes.
Creo que ahí me puedo refugiar.

lunes, 10 de mayo de 2010

La Concepción

Iba corriendo lo más rápido que le permitían sus piernas. Sus músculos no tardarían en incendiarse y sus huesos pronto se volverían polvo, después de unos segundos sólo quedaría una masa de piel y sangre; pero esta vez la sangre no daría vida. La cuesta arriba y el empedrado de las calles no hacía la tarea nada fácil. A espaldas y cuesta abajo se veía la plaza de La Concepción, alguna vez reconocida como el centro de Coyoacán, pero eso había sido hace mucho tiempo, el paisaje había cambiado: la plaza de La Concepción ahora se encontraba hundida en el corazón de un pequeño valle y bardeada, más arriba yacían los restos de los viveros. La única luz de tranquilidad y esperanza se encontraba al interior de las paredes de La Concepción; a las afueras de sus murallas se levantaban escombros y gran parte de la decadencia de lo que alguna vez fue la parte sur de la Ciudad de México. Pobres, enfermos, deformes, locos y muertos eran quienes habitaban la zona externa de La Concepción; de día los olvidados de la ciudad se escondían, sin embargo, una vez que los rayos del Sol se despedían de la tierra, los quejidos, sollozos y lamentos de quienes tal vez estarían mejor muertos, inundaban la noche.

Corriendo sentía el temor y frió en carne propia. La puerta de La Concepción ya había cerrado y la luna se levantaba en el cielo. Quejidos sin forma saliendo de las ruinas de edificios lo llamaban. El sólo cerraba los ojos y hacía caso omiso de los llamados. En ocasiones tropezaba con alguno de ellos. El olor a podredumbre, inmundicia, decadencia y mierda llenaba el aire. Los pocos olvidados que todavía podían comprender algo del mundo y de la realidad traban de venderlo basura, ellos eran quienes se acercaban más a él.

Mentando madres, en lágrimas, sudor y miedo se preguntó que carajos hacía ahí. Sufriendo penurias que de ninguna forma debió pasar. Fue cuando recordó. Había ido a buscarla, a quien le había jurado acompañarlo siempre. Ella había llegado a La Concepción después de haber abandonado un páramo desolado al oriente de la ciudad. Después de varias circunstancias desafortunadas y estúpidas, a él le pareció buena idea verla y hablar con ella para encontrar de nuevo el rumbo que había perdido. Pues fue con esa idea bajo el brazo que llegó a La Concepción. Con la luz del día los al rededores no se veían tan grotescos ni terroríficos; de hecho se veían agradables, muy tranquilos y verdes, daban ánimos de caminar por esas partes. La Concepción era muy pueblo bastante animado, muy concurrido, en el cual se podía comprar y vender cualquier cosa. Como en sus viejos tiempos, el incienso perfumaba el ambiente y todos los lugares para comer se encontraban hasta el tope; no podían faltar los espectáculos callejeros y un murmullo que jamás se volvía molesto, más bien adquiría un tono de música ambiental, bastante agradable.

Días antes le había avisado que iría, por lo que ella ya lo estaba esperando. Trabajaba en una tienda ropa cerca del Mesón del Tunar. A un costado había un hostal, mismo que ella residía. La vio de inmediato y sintió el hormigueo en todo su cuerpo, aunque él mismo sabía que no sería igual. Se acerco con una sonrisa y con un beso en la mejilla la saludó. Se veía hermosa, brillaba y resplandecía con el Sol. Se tomó el día libre y fueron a comer a un pequeño lugar alejado del todo el barullo de las calles principales, en el trayecto ella le presentó varios amigos, muchos de ellos extranjeros trotamundos; lo único que pudo recuperar de esos encuentros efímeros con sus amigos fue una extraña mirada que varios portaban. No le dio mucha importancia. Una vez sentados comiendo tapas y echándose unas chelas, las horas pasaron. Gente iba y venía, el lugar se llenaba, se vaciaba y se volvía a llenar. Iban armando cigarro tras cigarro y los vasos con cerveza se iban vaciando; las tapas con diversos embutidos y quesos sabían a gloría, muy pocos lugares seguían ofreciendo tal variedad de alimentos y claro, por la escasez se comprendían los precios tan altos. No importaba, la ocasión la ameritaba. Después de tanto comer y beber les dio sueño, subieron a las instancias de arriba donde había sillones perfectos para una siesta de media tarde.

Cuando abrió los ojos se encontraba sólo. Frente a él había una mesa con dos tazas humeantes y dos cigarros preparados. No había nadie. Se levantó y se dirigió al baño, después de echarse agua en la cara bajó buscándola. Ahí estaba ella con un amigo. Los presentó, pidió un café para él y los tres subieron. Regresaron a la instancia donde había despertado, se preparó un cigarro y se percato que no tardaría mucho en anochecer. Ya debía irse, pero no la quería dejarla a solas con él; el amigo dejaba ver claramente que se sentía atraído por ella. –Pobre iluso, es mi ex novia, si a alguien le hará caso, obviamente será a mí. Yo tengo más importancia que tú-
Ella se levantó al baño dejándolos solos.

-¿De dónde la conoces?

-Es mi ex novia. Ya tiene un rato que cortamos, pero nos seguimos llevando bien.

-Creo que si me ha platicado de ti…

Cuando regresó había cierta animosidad en el aire que provenía del pretendiente. Al poco rato salió del cuarto y bajo por las escaleras. Ella quería disimular, pero no podía evitar ver las escaleras cada cinco minutos. Trató de disimular pero sólo lo hacía más obvio. Dejó que pasaran unos minutos y después bajó también. Su intento de esconder la preocupación y la intención de buscarlo se moría con la luz del día. Se quedó solo, mientras el humo de los cigarros y los cafés se unían en una nube que nublaba los ojos y los corazones de los presentes. Se asomó por la ventana, el atardecer desde esa ventana era un espectáculo bastante hermoso, la luz dorada y ocre bañaba todo lo que tocaba dejando una estela de serenidad; como sí todos los actos malos que uno hubiera hecho durante el día no importaba, la luz del atardecer se los llevaría y el Sol se levantaría con una nueva promesa de un mundo mejor. Siempre las tardes de verano lo ponían nostálgico, recordando una infancia perdida ya muy lejana. Toda la inocencia del mundo o al menos de esa ciudad, se la había llevado el agua, la tierra y la sangre: el mundo se encontraba vacía esperando la próxima gran esperanza o su destrucción total.

La luz había muerto y poco a poco como veladoras al pie de la estatua de un santo olvidado y que ya no quiere escuchar plegarias, se encendían luces desperdigadas por toda La Concepción. La luz había muerto y la noche había cubierto todo con su manto coronado por la gran Luna de plata. A lo lejos los gemidos de los desafortunados que todos habían olvidado o elegido darles la espalda. Las puertas de la muralla que rodeaba La Concepción se habían cerrado dejando a los moribundos y a todos los que se podía quejar en otro mundo, en otra realidad. Ahí los putrefactos no lo podían tocar. Al menos eso era lo que él creía…

Decidió esperarla, de cualquier forma ya no podía regresar, se tendría que quedar ahí esa noche y mañana partir. Comenzó a inspeccionar el lugar. Era una casona muy grande y antigua, la cual no sólo fungía como taberna, también buscaba ser una suerte de espacio cultural; aunque en situaciones como las que vivía el mundo no había mucho arte y cultura que mostrar. Había cuartos con salas, otros con camas, otros vacíos y otros que funcionaban como bodega; todos los cuartos amueblados contaban con estanterías llenos de libros, pinturas colgadas en todas las paredes a la menor provocación y cualquier objeto que pareciera algún tipo de obra de arte. El pasillo principal desembocaba al fondo en balcón, el cual tenía vista a un patio en la parte trasera de la casa, el cual funcionaba como huerto: frutas de todo tipo, vegetales, leguminosas e inclusive mariguana. Al tiempo que iba bajando por la escalinata en dirección al huerto, escucho unas voces en el cuarto más cercano.

-¿Qué hace él aquí?

-No sé, ella nos había contado que terminaron mal.

-Puede ser que haya venido a pedir perdón. Oye, ¿Crees que se quede aquí?

- Ella no lo va a correr y por ayudarle le puede ofrecer cama. La verdad, no es por ser culero, pero él ya se habrá dado cuenta que no tiene lugar aquí.

-Además ya habló con Rogelio y vio como se lleva con ella. Me imagino que ya se dio cuenta que ya hay algo entre ellos.

-Pues no lo sé, pero nadie está muy a gusto con él aquí. Lo notó desde la tarde

No le sorprendió en lo absoluto o eso fue lo que el mismo quiso creer. La verdad era que se sentía como un idiota al haber ido a La Concepción. Tomó sus cosas, bajo a toda prisa dejo un billete en la barra y se dirigió a la entrada. En el marco de la muerta los vio hablando, se despidió lo más rápido posible de ella y se fue corriendo. Ella se quedó mirando cómo se iba por la calle sin saber que pensar. Recorrió en varias direcciones La Concepción hasta encontrar una pequeña puerta de servicio que todavía no se había cerrado del todo; discutió con los hombres que resguardaban dicha salida y después de un soborno pagando su pobreza más no su moral, lo dejaron pasar.

-Si decides ir por ese camino y abandonar la muralla, tendrás suerte si mueres, ya que vivir siendo podredumbre como los que se levantan con la noche no es vida y es mejor morir.

Con todo y advertencia poética decidió correr lo más que su fuerza le permitiera. A las orillas de la muralla viven los olvidados que pueden pensar y tener conciencia de sí. Todos lo observaban. Una bruma muy espesa se levantaba en el aire, el olor era insoportable, tuvo que detenerse a vomitar en un rincón, siempre cuidando que nadie lo sorprendiera; echó a correr cuando escucho que se acercaban, no volteó pero escucho como algunos se abalanzaban para lamer del suelo lo que él había arrojado de su boca.

No se podía dar el lujo de descansar o si quiera pensar. A estas alturas lo único que existía era el hecho de correr. No cabía otro pensamiento en su mente. Debía correr para dejar la hermosa tarde perdida vivida hace unas horas, le revelación que indicaba que él ya no era el más importante en su vida y para escapar de la decadencia que se arrastraba a su alrededor.

Si no lograba salir corriendo pensaba en los horrendos escenarios que le esperaban. Podía ser asesinado, violado, comido u orinado por estos seres que alguna vez fueron hombres. Podía perderse entre las ruinas de la zona sur de la ciudad y también perder su cordura. Podría vivir de las migajas y de los seres más bajos que él, tratándose de aferrar a un algo que lo mantuviera vivo con algún cierto objetivo. El problema era que lo único que lo amarraba a esta realidad ya lo había perdido, dejándola en La Concepción. Era preferible perderse en este mundo de seres condenados que ser testigo absoluto de lo que pudo ser su vida con ella. Ya no recordaba como había sucedido todo pero de alguna manera parecía ser su culpa: a esa conclusión había llegado todas las penurias por las que estaba pasando había sido por propia culpa, ella lo abandono por sus errores, la muerte de sus amigos había sido por sus malas decisiones y el mundo enfermo lo había causado él. Su esperanza se extinguía en La Concepción, su penitencia era correr por alguno de los círculos de los infernos; aunque aún no descubría en cual se encontraba, era el círculo en donde se castigaban a los héroes falsos, a quienes se encomiendan el destino del mundo y fallan. Por eso debía correr y correr atravesando la obscuridad del corazón de la ciudad. No hay luz en el abismo.

No sabía en donde se encontraba, lo mismo veía arboles como edificios caídos. Estaba sólo. Los lamentos habían cesado, aunque tenía una sensación de persecución. Se tiro al suelo a llorar. A lo lejos columnas de fuego se prendían y apagaban, las reconoció de inmediato: eran las tuberías de gas natural rotas que se incendiaban con cualquier chispa. Por instinto se acerco a una de ellas. Cual niño asustado buscó alejarse de la obscuridad. Se acercó a una llama de unos dos metros que se encontraba bajo de un puente; reconoció el puente derrumbado como parte de Churubusco. Era agradable el calor y la luz que emitía la gran llama. Se sentó a llorar a un lado de la flama y se recargó en la pared. No sabía qué hacer. La advertencia que él mismo había dado era: “jamás pasar la noche sólo fuera de una muralla” Ahora él se encontraba en su pesadilla.

Abrió los ojos. Se había quedado dormido llorando en posición fetal sobre el suelo. La llama seguía. Deseo no haberse despertado. Los ruidos que lo habían levantado. Risas metálicas y agudas se escuchaban en diferentes direcciones. Balbuceos incoherentes se escuchaban en la obscuridad

Ven. Hambre. Observa. ¿Quieres jugar conmigo? Estoy sólo. Ven. ¿Quién está ahí? ¿Quién me lleva de paseo? Chale. Míralo. ¿Qué hace? Hambre. ¿Quién llora? Vamos a jugar. No me dejes sólo. Quédate conmigo.

La sangre helada no le permitía sentir el frio de la noche. De ver a la noche coronada por la Luna desde la muralla, ahora veía a los colmillos de la noche y recordaba porque los hombres le temíamos a la obscuridad. Su único pensamiento fue acercarse a la luz. La esperanza ilumina a los hombres y a él lo iluminaba en forma de fuego prometeico. Al sentir el calor en su piel se sintió más seguro. Frió y miedo acechaban su espalda. Algo se acercaba más y más en la noche. No quiso saber que era, su mirad se quedó clavada en el fuego. Ahí se perdió en los tonos rojos.

Unas lágrimas recorrieron sus mejillas y entre el fuego por fin vio a Victoria, ella lo llamaba desde un recuerdo guardado, no era Victoria de aquella tarde discutiendo con Rogelio; era Victoria de un pasado distante en un campo hermoso e interminable en un día de verano donde no había preocupación. El Sol brillaba desde lo más alto y tocaba todas las cosas de un gran campo verde donde nada malo podía suceder. Desde ese campo verde y dorado por los rayos del Sol su Victoria le hablaba.

-Allá voy Vicky

Saltó hacía el gran pastizal. Sintió el calor del Sol. La luz era tan brillante que lo dejo ciego. Sólo sentí el calor del día de verano. Los tonos dorados lo inundaban. Nunca sintió dolor. Se refugió un mundo dentro de él, en el cual siempre podía estar con Victoria.

-Por fin llegaste. Te extrañé demasiado.

-Sí, al fin estoy contigo. Nunca te dejaré.

Se fundieron en un gran beso. La imagen del pastizal y de los enamorados desapareció en la llama de dos metros. Su cuerpo se consumió de manera instantánea. La llama creció por un momento y regreso a su estado normal. No quedó nada que la obscuridad pudo haber devorado. Al fin encontraba paz en la luz. Al fin dejaba de tenerle miedo a la obscuridad. El fuego calentó la fría noche.

Una gran llamarada se pudo observar en La Concepción. Desde la habitación de Victoria, Rogelio desnudo, se levantó de la cama, se acercó a la ventana y prendio un cigarro.

-¿Ya viste mi amor? Un tubo de gas natural acaba de explotar. Fue uno de los grandes. Soltó una gran llamarada. Hasta acá se vio

-¿Por donde fue? ¿Fue acá cerca?

-No, yo calculo que fue más delante de los Viveros, seguro fue por Churubusco.

En ese justo momento, Victoria se preguntó por Israel, en donde habría pasado la noche y como se encontraba. Se le formó un nudo en la garganta. Quiso comentarlo con Rogelio, pero prefirió guardárselo para evitar otra pelea. Se volteo, dándole la espalda a la ventana y a Rogelio, y una lágrima que reflejo la luz del sol bajó por su mejilla.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Emergencia o ¿Cuánto vale una vida?

Los balazos digitalizados no dejaron escuchar los verdaderos. Tal vez no los quiso escuchar. Una vez que le dijeron: “Están asaltando a tu madre”, no pudo sentir otra cosa que no fuera miedo. Bajó corriendo a trompicones. La impresión de ver a tu madre tirada en el suelo, en medio de un enorme charco de sangre, es algo que nunca se olvida; aún hoy, cada que lo recuerda, un sudor frío le baña el cuerpo.

Cerró los ojos y cuando los abrió, había regresado a la calle en el corazón de uno de los tantos barrios bravos de la Ciudad de México. Acababa de estacionar el coche. Algo similar a una Caribe o a una Brasilia, se encontraba a un lado de su auto; el coche había sido modificado: faros de xenón, sonido que volvía polución a la música, rin ancho y el rugir de un auto deportivo que le quedaba grande al zapatito que se hacía pasar por coche. Los tres pasajeros del coche surrealista se habían bajado.

Se había ido por unos minutos, aunque le parecieron eternos. Regresó a ese jueves negro, en plenas vacaciones de verano, en las que habiendo acabado la preparatoria, estaba a la espera de iniciar la universidad. Recordó cuando subió a la ambulancia, él fue el escogido para acompañar a su madre, le tomaba la mano mientras escuchaba catatónico a su madre decir “Hijo, me voy a morir”. Todavía escucha la sirena a lo lejos con un eco funesto como si alguien le dijera: “No te olvides que aquí estoy, todavía no te has salvado”

Sus ojos reflejaban la luz roja de la sirena de la ambulancia, cuando se dio cuenta que tenía de nuevo el cañón de la pistola a la altura de la frente. Le quedaba un poco alto, él se encontraba en el asiento del conductor, mientras que el cabrón le apuntaba desde afuera. Se encontraba en una calle desconocida, siendo amenazada por un güey que nunca había visto en su vida.

-Órale no seas puto, bájate, te voy a dar en la madre.

-¿Qué me ves puto? Pinche fresita culero, aquí quedas.

-No te estoy viendo, no traigo pedo de nada…

Finalmente pasó, el sonido sordo, no hizo eco. Sintió tres punzadas casi insoportables en el cuerpo, como si algún animal venenoso lo hubiera mordido y no lo quisiera soltar. El olor a carne quemada le subía hasta las narices. Acostado entre los dos asientos delanteros del coche se dio cuenta que tenía muchos cortes en la cara: al explotar el cristal de la ventana, miles de pedazos de vidrio lo cortaron. La sangre era tibia.

Tan bien que había empezado el fin de semana. Sólo quería seguir la fiesta. Cerró los ojos y de nuevo escuchaba la sirena. Estaba llegando a Urgencias de Lomas Verdes y la señorita detrás del mostrador le decía que llenara la forma y esperara. Se llenó de ira y le mentó la madre a todos alrededor. -¿Qué no ven que a mi mamá le acaban de disparar?- Después lo entendió, sí, le acababan de disparar pero no peligraba su vida, a lo más perdería el brazo, pero no la vida; había gente adelante en la fila que posiblemente si la perdería, eso sí es una emergencia.

¿Cómo algo tan pequeño podía arrancar vidas enteras? ¿Cómo era posible que el metal frío e inerte, pudiera llevarse vidas? Le pareció un tanto poético. Lamentó no tener algo con que escribir. Pensó en escribir con su sangre, al fin y al cabo, lo que se escribe con sangre jamás se puede borrar. La sangre da vida y termina por llamar. Y su sangre salía del coche y se iba por la coladera, para unirse con la suciedad de esta ciudad, tal vez con la podredumbre ahí serían lavados todos sus errores. Sangre, lodo, agua, podredumbre, sudor, lágrimas, alcohol: eso era la ciudad y en eso se había convertido él. Justo como lo que le sucedía ahora, esperaba que eso si fuera una emergencia.

Los tres balazos que había recibido contaban como emergencia. Tal vez a él si lo habrían entendido de inmediato. Al menos eso esperaba. Aunque no lo entendía, ¿Por qué dispararle a alguien por el gusto? Lo único que había hecho mal era haber estado en el lugar y momento equivocados. Con su madre si lo podía entender más, era por dinero; la vida de una persona vale 40 mil pesos, ¿sube el valor si es madre? ¿La vida de un abuelo es más cara? ¿Cuánto vale la de un niño? ¿Va subiendo dependiendo cuanto amor recibas? ¿Cuánto valía su vida? Al parecer su vida solo valía algunas risas y diversión para algunas lacras.

Se cansó. Pensó que ya todo esto salía sobrando. No había razón de pensar en todo esto. Poco a poco fue liberando sus pensamientos al vacío. Poco a poco dejo caer cada una de sus lágrimas restantes. El aliento de vida se fue de su cuerpo. Todo se juntó en una nube, todo a lo que alguien, alguna vez pudo llamarle Juan, había desaparecido; ahora se evaporaba y subía hasta la oscuridad del universo para juntarse con el todo.

“Al menos no vi morir a mi madre” Pensó, mientras subía e iba dejando abajo su cuerpo, la pistola, la calle y al mundo.