lunes, 10 de mayo de 2010

La Concepción

Iba corriendo lo más rápido que le permitían sus piernas. Sus músculos no tardarían en incendiarse y sus huesos pronto se volverían polvo, después de unos segundos sólo quedaría una masa de piel y sangre; pero esta vez la sangre no daría vida. La cuesta arriba y el empedrado de las calles no hacía la tarea nada fácil. A espaldas y cuesta abajo se veía la plaza de La Concepción, alguna vez reconocida como el centro de Coyoacán, pero eso había sido hace mucho tiempo, el paisaje había cambiado: la plaza de La Concepción ahora se encontraba hundida en el corazón de un pequeño valle y bardeada, más arriba yacían los restos de los viveros. La única luz de tranquilidad y esperanza se encontraba al interior de las paredes de La Concepción; a las afueras de sus murallas se levantaban escombros y gran parte de la decadencia de lo que alguna vez fue la parte sur de la Ciudad de México. Pobres, enfermos, deformes, locos y muertos eran quienes habitaban la zona externa de La Concepción; de día los olvidados de la ciudad se escondían, sin embargo, una vez que los rayos del Sol se despedían de la tierra, los quejidos, sollozos y lamentos de quienes tal vez estarían mejor muertos, inundaban la noche.

Corriendo sentía el temor y frió en carne propia. La puerta de La Concepción ya había cerrado y la luna se levantaba en el cielo. Quejidos sin forma saliendo de las ruinas de edificios lo llamaban. El sólo cerraba los ojos y hacía caso omiso de los llamados. En ocasiones tropezaba con alguno de ellos. El olor a podredumbre, inmundicia, decadencia y mierda llenaba el aire. Los pocos olvidados que todavía podían comprender algo del mundo y de la realidad traban de venderlo basura, ellos eran quienes se acercaban más a él.

Mentando madres, en lágrimas, sudor y miedo se preguntó que carajos hacía ahí. Sufriendo penurias que de ninguna forma debió pasar. Fue cuando recordó. Había ido a buscarla, a quien le había jurado acompañarlo siempre. Ella había llegado a La Concepción después de haber abandonado un páramo desolado al oriente de la ciudad. Después de varias circunstancias desafortunadas y estúpidas, a él le pareció buena idea verla y hablar con ella para encontrar de nuevo el rumbo que había perdido. Pues fue con esa idea bajo el brazo que llegó a La Concepción. Con la luz del día los al rededores no se veían tan grotescos ni terroríficos; de hecho se veían agradables, muy tranquilos y verdes, daban ánimos de caminar por esas partes. La Concepción era muy pueblo bastante animado, muy concurrido, en el cual se podía comprar y vender cualquier cosa. Como en sus viejos tiempos, el incienso perfumaba el ambiente y todos los lugares para comer se encontraban hasta el tope; no podían faltar los espectáculos callejeros y un murmullo que jamás se volvía molesto, más bien adquiría un tono de música ambiental, bastante agradable.

Días antes le había avisado que iría, por lo que ella ya lo estaba esperando. Trabajaba en una tienda ropa cerca del Mesón del Tunar. A un costado había un hostal, mismo que ella residía. La vio de inmediato y sintió el hormigueo en todo su cuerpo, aunque él mismo sabía que no sería igual. Se acerco con una sonrisa y con un beso en la mejilla la saludó. Se veía hermosa, brillaba y resplandecía con el Sol. Se tomó el día libre y fueron a comer a un pequeño lugar alejado del todo el barullo de las calles principales, en el trayecto ella le presentó varios amigos, muchos de ellos extranjeros trotamundos; lo único que pudo recuperar de esos encuentros efímeros con sus amigos fue una extraña mirada que varios portaban. No le dio mucha importancia. Una vez sentados comiendo tapas y echándose unas chelas, las horas pasaron. Gente iba y venía, el lugar se llenaba, se vaciaba y se volvía a llenar. Iban armando cigarro tras cigarro y los vasos con cerveza se iban vaciando; las tapas con diversos embutidos y quesos sabían a gloría, muy pocos lugares seguían ofreciendo tal variedad de alimentos y claro, por la escasez se comprendían los precios tan altos. No importaba, la ocasión la ameritaba. Después de tanto comer y beber les dio sueño, subieron a las instancias de arriba donde había sillones perfectos para una siesta de media tarde.

Cuando abrió los ojos se encontraba sólo. Frente a él había una mesa con dos tazas humeantes y dos cigarros preparados. No había nadie. Se levantó y se dirigió al baño, después de echarse agua en la cara bajó buscándola. Ahí estaba ella con un amigo. Los presentó, pidió un café para él y los tres subieron. Regresaron a la instancia donde había despertado, se preparó un cigarro y se percato que no tardaría mucho en anochecer. Ya debía irse, pero no la quería dejarla a solas con él; el amigo dejaba ver claramente que se sentía atraído por ella. –Pobre iluso, es mi ex novia, si a alguien le hará caso, obviamente será a mí. Yo tengo más importancia que tú-
Ella se levantó al baño dejándolos solos.

-¿De dónde la conoces?

-Es mi ex novia. Ya tiene un rato que cortamos, pero nos seguimos llevando bien.

-Creo que si me ha platicado de ti…

Cuando regresó había cierta animosidad en el aire que provenía del pretendiente. Al poco rato salió del cuarto y bajo por las escaleras. Ella quería disimular, pero no podía evitar ver las escaleras cada cinco minutos. Trató de disimular pero sólo lo hacía más obvio. Dejó que pasaran unos minutos y después bajó también. Su intento de esconder la preocupación y la intención de buscarlo se moría con la luz del día. Se quedó solo, mientras el humo de los cigarros y los cafés se unían en una nube que nublaba los ojos y los corazones de los presentes. Se asomó por la ventana, el atardecer desde esa ventana era un espectáculo bastante hermoso, la luz dorada y ocre bañaba todo lo que tocaba dejando una estela de serenidad; como sí todos los actos malos que uno hubiera hecho durante el día no importaba, la luz del atardecer se los llevaría y el Sol se levantaría con una nueva promesa de un mundo mejor. Siempre las tardes de verano lo ponían nostálgico, recordando una infancia perdida ya muy lejana. Toda la inocencia del mundo o al menos de esa ciudad, se la había llevado el agua, la tierra y la sangre: el mundo se encontraba vacía esperando la próxima gran esperanza o su destrucción total.

La luz había muerto y poco a poco como veladoras al pie de la estatua de un santo olvidado y que ya no quiere escuchar plegarias, se encendían luces desperdigadas por toda La Concepción. La luz había muerto y la noche había cubierto todo con su manto coronado por la gran Luna de plata. A lo lejos los gemidos de los desafortunados que todos habían olvidado o elegido darles la espalda. Las puertas de la muralla que rodeaba La Concepción se habían cerrado dejando a los moribundos y a todos los que se podía quejar en otro mundo, en otra realidad. Ahí los putrefactos no lo podían tocar. Al menos eso era lo que él creía…

Decidió esperarla, de cualquier forma ya no podía regresar, se tendría que quedar ahí esa noche y mañana partir. Comenzó a inspeccionar el lugar. Era una casona muy grande y antigua, la cual no sólo fungía como taberna, también buscaba ser una suerte de espacio cultural; aunque en situaciones como las que vivía el mundo no había mucho arte y cultura que mostrar. Había cuartos con salas, otros con camas, otros vacíos y otros que funcionaban como bodega; todos los cuartos amueblados contaban con estanterías llenos de libros, pinturas colgadas en todas las paredes a la menor provocación y cualquier objeto que pareciera algún tipo de obra de arte. El pasillo principal desembocaba al fondo en balcón, el cual tenía vista a un patio en la parte trasera de la casa, el cual funcionaba como huerto: frutas de todo tipo, vegetales, leguminosas e inclusive mariguana. Al tiempo que iba bajando por la escalinata en dirección al huerto, escucho unas voces en el cuarto más cercano.

-¿Qué hace él aquí?

-No sé, ella nos había contado que terminaron mal.

-Puede ser que haya venido a pedir perdón. Oye, ¿Crees que se quede aquí?

- Ella no lo va a correr y por ayudarle le puede ofrecer cama. La verdad, no es por ser culero, pero él ya se habrá dado cuenta que no tiene lugar aquí.

-Además ya habló con Rogelio y vio como se lleva con ella. Me imagino que ya se dio cuenta que ya hay algo entre ellos.

-Pues no lo sé, pero nadie está muy a gusto con él aquí. Lo notó desde la tarde

No le sorprendió en lo absoluto o eso fue lo que el mismo quiso creer. La verdad era que se sentía como un idiota al haber ido a La Concepción. Tomó sus cosas, bajo a toda prisa dejo un billete en la barra y se dirigió a la entrada. En el marco de la muerta los vio hablando, se despidió lo más rápido posible de ella y se fue corriendo. Ella se quedó mirando cómo se iba por la calle sin saber que pensar. Recorrió en varias direcciones La Concepción hasta encontrar una pequeña puerta de servicio que todavía no se había cerrado del todo; discutió con los hombres que resguardaban dicha salida y después de un soborno pagando su pobreza más no su moral, lo dejaron pasar.

-Si decides ir por ese camino y abandonar la muralla, tendrás suerte si mueres, ya que vivir siendo podredumbre como los que se levantan con la noche no es vida y es mejor morir.

Con todo y advertencia poética decidió correr lo más que su fuerza le permitiera. A las orillas de la muralla viven los olvidados que pueden pensar y tener conciencia de sí. Todos lo observaban. Una bruma muy espesa se levantaba en el aire, el olor era insoportable, tuvo que detenerse a vomitar en un rincón, siempre cuidando que nadie lo sorprendiera; echó a correr cuando escucho que se acercaban, no volteó pero escucho como algunos se abalanzaban para lamer del suelo lo que él había arrojado de su boca.

No se podía dar el lujo de descansar o si quiera pensar. A estas alturas lo único que existía era el hecho de correr. No cabía otro pensamiento en su mente. Debía correr para dejar la hermosa tarde perdida vivida hace unas horas, le revelación que indicaba que él ya no era el más importante en su vida y para escapar de la decadencia que se arrastraba a su alrededor.

Si no lograba salir corriendo pensaba en los horrendos escenarios que le esperaban. Podía ser asesinado, violado, comido u orinado por estos seres que alguna vez fueron hombres. Podía perderse entre las ruinas de la zona sur de la ciudad y también perder su cordura. Podría vivir de las migajas y de los seres más bajos que él, tratándose de aferrar a un algo que lo mantuviera vivo con algún cierto objetivo. El problema era que lo único que lo amarraba a esta realidad ya lo había perdido, dejándola en La Concepción. Era preferible perderse en este mundo de seres condenados que ser testigo absoluto de lo que pudo ser su vida con ella. Ya no recordaba como había sucedido todo pero de alguna manera parecía ser su culpa: a esa conclusión había llegado todas las penurias por las que estaba pasando había sido por propia culpa, ella lo abandono por sus errores, la muerte de sus amigos había sido por sus malas decisiones y el mundo enfermo lo había causado él. Su esperanza se extinguía en La Concepción, su penitencia era correr por alguno de los círculos de los infernos; aunque aún no descubría en cual se encontraba, era el círculo en donde se castigaban a los héroes falsos, a quienes se encomiendan el destino del mundo y fallan. Por eso debía correr y correr atravesando la obscuridad del corazón de la ciudad. No hay luz en el abismo.

No sabía en donde se encontraba, lo mismo veía arboles como edificios caídos. Estaba sólo. Los lamentos habían cesado, aunque tenía una sensación de persecución. Se tiro al suelo a llorar. A lo lejos columnas de fuego se prendían y apagaban, las reconoció de inmediato: eran las tuberías de gas natural rotas que se incendiaban con cualquier chispa. Por instinto se acerco a una de ellas. Cual niño asustado buscó alejarse de la obscuridad. Se acercó a una llama de unos dos metros que se encontraba bajo de un puente; reconoció el puente derrumbado como parte de Churubusco. Era agradable el calor y la luz que emitía la gran llama. Se sentó a llorar a un lado de la flama y se recargó en la pared. No sabía qué hacer. La advertencia que él mismo había dado era: “jamás pasar la noche sólo fuera de una muralla” Ahora él se encontraba en su pesadilla.

Abrió los ojos. Se había quedado dormido llorando en posición fetal sobre el suelo. La llama seguía. Deseo no haberse despertado. Los ruidos que lo habían levantado. Risas metálicas y agudas se escuchaban en diferentes direcciones. Balbuceos incoherentes se escuchaban en la obscuridad

Ven. Hambre. Observa. ¿Quieres jugar conmigo? Estoy sólo. Ven. ¿Quién está ahí? ¿Quién me lleva de paseo? Chale. Míralo. ¿Qué hace? Hambre. ¿Quién llora? Vamos a jugar. No me dejes sólo. Quédate conmigo.

La sangre helada no le permitía sentir el frio de la noche. De ver a la noche coronada por la Luna desde la muralla, ahora veía a los colmillos de la noche y recordaba porque los hombres le temíamos a la obscuridad. Su único pensamiento fue acercarse a la luz. La esperanza ilumina a los hombres y a él lo iluminaba en forma de fuego prometeico. Al sentir el calor en su piel se sintió más seguro. Frió y miedo acechaban su espalda. Algo se acercaba más y más en la noche. No quiso saber que era, su mirad se quedó clavada en el fuego. Ahí se perdió en los tonos rojos.

Unas lágrimas recorrieron sus mejillas y entre el fuego por fin vio a Victoria, ella lo llamaba desde un recuerdo guardado, no era Victoria de aquella tarde discutiendo con Rogelio; era Victoria de un pasado distante en un campo hermoso e interminable en un día de verano donde no había preocupación. El Sol brillaba desde lo más alto y tocaba todas las cosas de un gran campo verde donde nada malo podía suceder. Desde ese campo verde y dorado por los rayos del Sol su Victoria le hablaba.

-Allá voy Vicky

Saltó hacía el gran pastizal. Sintió el calor del Sol. La luz era tan brillante que lo dejo ciego. Sólo sentí el calor del día de verano. Los tonos dorados lo inundaban. Nunca sintió dolor. Se refugió un mundo dentro de él, en el cual siempre podía estar con Victoria.

-Por fin llegaste. Te extrañé demasiado.

-Sí, al fin estoy contigo. Nunca te dejaré.

Se fundieron en un gran beso. La imagen del pastizal y de los enamorados desapareció en la llama de dos metros. Su cuerpo se consumió de manera instantánea. La llama creció por un momento y regreso a su estado normal. No quedó nada que la obscuridad pudo haber devorado. Al fin encontraba paz en la luz. Al fin dejaba de tenerle miedo a la obscuridad. El fuego calentó la fría noche.

Una gran llamarada se pudo observar en La Concepción. Desde la habitación de Victoria, Rogelio desnudo, se levantó de la cama, se acercó a la ventana y prendio un cigarro.

-¿Ya viste mi amor? Un tubo de gas natural acaba de explotar. Fue uno de los grandes. Soltó una gran llamarada. Hasta acá se vio

-¿Por donde fue? ¿Fue acá cerca?

-No, yo calculo que fue más delante de los Viveros, seguro fue por Churubusco.

En ese justo momento, Victoria se preguntó por Israel, en donde habría pasado la noche y como se encontraba. Se le formó un nudo en la garganta. Quiso comentarlo con Rogelio, pero prefirió guardárselo para evitar otra pelea. Se volteo, dándole la espalda a la ventana y a Rogelio, y una lágrima que reflejo la luz del sol bajó por su mejilla.